El 16 de noviembre el Parlamento Europeo vivió un debate encendido sobre
la hora más crítica que ha conocido la UE desde que se puso en marcha.
Su conclusión fue terminante, por más que Barroso y Van Rompuy insistan
en los paños calientes: ¡Nada ha funcionado si de lo que se trata es de
"calmar" a los mercados! Ninguna de las medidas adoptadas hasta ahora en
el Consejo -una y otra vez fragmentarias, sincopadas, forzadas por
circunstancias sobrepasadas de inmediato por otras todavía peores- ha
tranquilizado al monstruo. Cuando nos despertamos, continúa estando ahí.
Too little, too late: demasiado poco, demasiado tarde. Y, lo que
es determinante, en la dirección fallida. No por error ni omisión, sino
por una política que ha trabajado desfachatadamente por la disolución
de la política. Ante ella, no es viable ninguna solución "técnica"
-sepámoslo: no está funcionando-, sino, sin más, otra política.
Que la estrategia ha sido equivocada desde el principio lo sabe ya
todo el mundo. No es conocimiento experto (en el que coinciden, por
cierto, los resistentes progresistas y los conservadores lúcidos), sino
de dominio público. Error de diagnóstico, fracaso de las recetas. Europa
ha aprendido poco del gran
crash del 29, pero no ha aprendido nada de la
década perdida
de Japón, de la que solo rebotó cuando cambió de terapia. Que es lo que
hay que hacer cuando un tratamiento no funciona, en lugar de persistir
hasta la contumacia en empeorar al enfermo recetando fármacos
contraindicados para la salud del paciente. No es redoblando ajustes
ante el fracaso de los ajustes hasta ahora practicados como remontaremos
el abismo hacia el desastre. Y no es estigmatizando a los países con
problemas como
pecadores culpables de sus padecimientos como comprenderemos que ese futuro de Europa que nos está acechando no es acerca de
ellos sino de todos
nosotros, incluyendo a los 80 millones de europeos alemanes.
1. Error de diagnóstico. El origen de la crisis no fue fiscal, sino financiero. Primero fueron los bancos y los balances contaminados por los activos
tóxicos.
El colapso del crédito impactó en la economía real, con gran
destrucción de empleo. Fue ahí cuando se evidenció que la gran
contradicción del capitalismo global ya no es la que contrapone capital y
trabajo, sino la que enfrenta al capital productivo con el capital
financiero. Que no es aliado del primero, sino, cuando pintan oros, su
prestamista usurero y, cuando pintan bastos, su más implacable enemigo, y
sin compasión alguna por los puestos de trabajo que pueda fulminar con
un golpecito a una tecla en la pantalla virtual del enriquecimiento de
los especuladores. Así, acto seguido, explosionó la antipolítica y ese
populismo rampante que ha dado nuevas vestiduras y alas a la extrema
derecha, mientras elvoto progresista ha venido a nihilizarse,
abandonándose al pánico, a la
indignación o al espanto. Lo cierto
es que la anorexia preceptuada a Grecia ha empeorado su recesión. No
solo le impide crecer sino que le ha infligido un sufrimiento moral como
no habíamos conocido y alcanza, amenazadora, la propia idea de
democracia, que es la que eligió a Papandreu con una mayoría absoluta
para que, en apenas dos años, le hayan escarnecido esos poderes fácticos
(los "técnicos" y los
mercados) que, estos sí que de verdad,
no representan a nadie, ni responden en las urnas.
¡Y no es culpando a "Europa" como daremos cuenta de lo que realmente nos pasa! Lo que hemos padecido hasta ahora no han sido
medidas europeas
sino dictados impuestos por un directorio germano-francés que habla con
acento alemán, autoerigido en el defecto y el vacío del genuino
liderazgo supranacional al que aspirábamos cuando, por fin, después de
10 años agónicos, entró de una vez en vigor el Tratado de Lisboa.
2. Error de terapia.
El problema de Europa no es la inflación, sino la destrucción de tejido
productivo y el paro, la desesperanza de los jóvenes y la disolución
del sueño que un día tuvo aliento
europeo. En ese océano de
malestar, resentimiento, miedo, inseguridad y eurofobia, los que
pretenden mandar sobre la UE y el Banco Central se han mostrado
insensibles, hasta la insensatez, tanto ante las evidencias de los
desperfectos causados como a los argumentos que abundan en lo que habría
que hacer si hubiese voluntad pareja al discurso proclamado. ¡Crecer y
generar empleo requiere invertir, y para ello nos hacen falta más
recursos, europeos y nacionales! Urge un
pacto fiscal que repare
el descosido de más de tres años de anemia e insolidaridad en el reparto
de las cargas y sacrificios exigidos, y asegure la preservación del
modelo social europeo.
Y es imperioso incrementar los recursos propios de la UE y corregir las
insufribles injusticias tributarias entre los Estados miembros y dentro
de los propios Estados.
3. Error de comportamiento del médico de cabecera,
que apunta al Banco Central: la especulación imparable contra la deuda
soberana no tiene fundamento económico. Si fuera así, Estados Unidos,
Reino Unido, incluso Francia y Alemania, y desde luego Japón, que crece
ahora por fin, estarían crucificados. Tiene fundamento político:
descansa en las debilidades congénitas con las que nació el euro,
nuestra moneda única, sin instrumentos para su defensa y sin
gobierno económico, fiscal y presupuestario de alcance genuinamente
europeo. Es la ausencia de
política
en la defensa de la unión monetaria que nos dimos la que nos ha hecho
vulnerables al enriquecimiento predatorio de inversores sin escrúpulos.
Desde que nos asomamos al foso de los tiburones, la UE no ha obrado, ni
de lejos,
unida en la diversidad (tal como reza su lema). Por contra, ha arrastrado los pies
desunida ante la adversidad.
4. No podemos permitirnos ningún
error de receta
que añadir a los ya muchos que han soportado los más débiles. A todos
los episodios de esta interminable agonía, la hegemonía conservadora ha
impuesto un desastroso manejo de la propia crisis. Muchos han sido
instigados deliberadamente a desertar de las urnas y hasta de lo que la
ciudadanía significa en democracia, en un aquelarre de alegada
"impotencia de la política". ¡Es justamente por ello por lo que no
podemos permitir que la canciller Merkel nos imponga a los demás esas
pretendidas reformas de los tratados que menos falta nos hacen! Las que
necesitamos no deben imponer castigos a los países que se han visto
obligados, como España, a practicar el déficit -tras una legislatura
entera con superávit- para proteger a los desempleados (¡35.000 millones
de euros al año!) y garantizar derechos de ciudadanía (educación,
sanidad, pensiones, servicios sociales, dependencia). No ya porque dicha
idea sirva a los intereses de
una Europa cada vez más alemana, sino por su inaceptable error de juicio al no distinguir el mal de lo que es solo el síntoma.
No
es cierto que los socialistas europeos no hayamos opuesto alternativa a
todos estos errores. Combatiendo el déficit de visibilidad que eclipsa
al Parlamento Europeo, venimos invariablemente oponiendo un relato muy
distinto; si hay que abordar el debate para reformar los tratados,
corrijamos los defectos con los que arrancó nuestro euro, que está ahí
para quedarse. Gobierno económico, armonización fiscal, coordinación
presupuestaria. Y ello en plazos asumibles, no de imposible
cumplimiento. Tesoro europeo, agencia europea de deuda, ministro europeo
de Finanzas, eurobonos. Recursos propios de la UE. Defensa política del
euro. Autorización al BCE para actuar como prestamista de último
recurso. Impuestos sobre los bancos, sobre las transacciones y contra la
especulación. Lucha sin cuartel contra el fraude, contra la corrupción y
los paraísos fiscales. Y una agencia europea de calificación que ayude a
romper la colusión de las agencias de descrédito que han trabajado para
el dólar y los especuladores.
No solo urge priorizar de una vez
el empleo, sino un crecimiento distinto, inteligente, sostenible,
garante del modelo social y globalmente solidario. Muy lejos de aquel
paisaje evocado por el surrealista Max Ernst, en una Europa arrasada por
un diluvio contra el cual hemos ofrecido a los dioses airados de los
mercados sacrificios dolorosos, aunque invariablemente inútiles.
Juan F. López Aguilar es presidente de la Delegación Socialista Española en el Parlamento Europeo y vicepresidente del Partido Socialista Europeo.
Article publicat a
ELPAIS, i comentat per Joan Herrera en el seu
bloc.